El relato frenteamplista.

El remozado y fusionado Frente Amplio (FA), se “declara profundamente democrático” con mayúsculas en su sitio web. También, se reconoce “socialista”. El FA es un proyecto político hasta ahora exitoso electoralmente con “desafíos venideros”. Al parecer, el principal desafío es enfrentar y sobrevivir la temporada de elecciones en el horizonte nacional, un escenario que los ha obligado a pactar con moros y cristianos. Su rápido ascenso electoral en cargos de representación no garantiza en esta pasada un triunfo holgado; el poder, la soberbia generacional y los errores no forzados los han desgastado, ellos no quieren ser simplemente una moda política y un mal recuerdo en el palacio. Están dispuestos a presionar el botón de emergencia, a utilizar el tótem de autoservicio y recurrir a la matriarca, esa abuela que está disponible a cobijar a sus nietos díscolos.

El FA no está dispuesto a perder la bolsa de empleos e influencias (redes) en la cual se ha convertido el Estado. Todo indica que el puente generacional y transaccional ha sido pavimentado, uniendo a la vieja y nueva izquierda, un puente que simboliza el retorno de la matriarca socialista, el regreso de la “mamá grande” sin mayúsculas es casi inevitable. Esa madre que supo de muros ideológicos y reales, que vio de cerca el muro de la vergüenza, una prisión territorial que nos remonta al año 1961, al blanco y al negro, al comunismo. Muro que algunos siguen justificando a pesar de las consecuencias históricas, ese muro de la patria socialista que hoy vive su versión latina y sangrienta en Venezuela.

Una de las principales características del FA en su recorrido político, antes y después de su fusión (prefiero las de Dragón Ball Z), es su capacidad de diagnosticar e interpretar la realidad desde lo comunicacional, desde su relato. Desde la narrativa inagotable y la reconstrucción discursiva intervienen en el debate y en la agenda comunicacional mediante minutas, desde las primeras marchas hasta su llegada a La Moneda. Contra viento y marea instalan su relato. Son interpretaciones que llevan agua a su molino (partidos y fundaciones), e imponen su visión de mundo, una visión absoluta que ya no es tan novedosa con trampas evidentes en el lenguaje, dicen poco en mucho, justificando los fines y los medios para sostenerse en el poder. Si no les funciona, cambian de opinión señalando que están aprendiendo, un aprender haciendo financiado con nuestros impuestos, una práctica profesional gubernamental en la cual hacen y deshacen. Una forma de gobernar discursiva e indolente, a ratos desconectada de las urgencias sociales y de los sectores populares.

Sus primeras e inolvidables narraciones nacieron en torno a lo educativo, con ese diagnóstico de desigualdad y segregación, con fórmulas foráneas y forzadas desde sus centros de estudios. En ese relato, el agua y el molino no fueron una genuina preocupación por la educación municipal, la de los vulnerables. La narrativa estuvo cargada de rupturismo y vanguardismo con un solo culpable: el Chile de los 30 años. Tras su narrativa, pancartas y marchas, cabe preguntarse: ¿es hoy la educación menos desigual y segregada? ¿Cuál es la ruta educativa del gobierno frenteamplista? ¿Cuál es el aporte del FA a la educación pública? A simple vista, se quedaron en las pancartas, fueron útiles en las marchas y puntos de prensa, un petitorio atrayente por una educación: “gratuita y de calidad” al que pocos se resistieron. Falsas promesas que no llegaron a las salas de clases, en el camino se perdieron hasta los patines. Hoy, tenemos un ministro comunista (proveniente de las marchas) que es prácticamente irrelevante en la cartera más importante del país. Con una educación con problemas reales que la generación gobernante no comprende del todo, ya que otra cosa es estar al pie del cañón y frente al pizarrón.

La narrativa educativa no fue la única, este proyecto político vanguardista nos iluminó y fustigó con sus diagnósticos y recetas infalibles frente a temáticas en las cuales, ellos y sólo ellos son el camino y la luz, con alocuciones sobre feminismo, cambio climático, medioambiente, ecologismo, aborto, migración, pensiones, mercados, relaciones internacionales, fascismo, derechos sociales y tantos otros. Con el mismo patrón comunicacional de siempre: el relato como interpretación de la realidad, con diagnósticos, propuestas y soluciones desde el sombrero de un mago progresista. Los porfiados hechos y un par de aterrizajes forzosos desde el gobierno, han logrado apaciguarlos, es que otra cosa es con guitarra. El relato está desgastado y cojo, no basta con hablarle a su tribu sectaria y nicho electoral, ya que hoy las responsabilidades a cuestas son mayores a las de una federación de estudiantes. El pato del relato está cojo pero sobrevive y marca en las encuestas. La cojera no es casual, el relato del FA contó con marchas y movilizaciones durante varios años, las cuales hoy no están del todo presentes en los movimientos sociales ni en los partidos oficialistas. El sombrero del mago ya no brilla tras los apagones y las cartas están echadas, con o sin relato necesitan de la matriarca, con las marchas ya no alcanza.

Rodrigo Ojeda – Profesor de Historia

Autor de la Columna

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