Rodrigo Ojeda.
El título representa un refrán o dicho de uso común con al menos dos fuentes: una asociada a lo religioso y su lección mundana, la otra desde lo literario y asociada a la creación inmortal de Cervantes en un episodio del Quijote. Ambas, coinciden en señalar una injusticia, en la cual se confunden las partes con el todo, pagando justos por pecadores sin individualizar las responsabilidades. Hoy, la justicia, ese principio fundado en la razón se encuentra cuestionado y en una encrucijada, hay más de una manzana podrida y la culpa no la tienen el cajón ni el embalaje. Hay que separar a tiempo la manzana recta y justa de las podridas (corruptas). Es urgente que la justicia opere sin más lugares comunes (caiga quien caiga) e identifique prontamente a justos y pecadores. La república requiere de un Poder Judicial robusto, independiente y creíble. Cuando la justicia tarda, ya no es justa ni ejemplar. Que no nos vuelvan a decir: “no lo vimos venir”.
La caja de pandora digital está desatada, hay mensajes y filtraciones por doquier que demuestran que las redes del poder han perdido todo pudor y decoro. El mago Hermosilla tenía mil trucos y contactos, al parecer mediante artimañas se volvió poderoso e intocable y sedujo a moros y cristianos, de izquierda a derecha con su flauta de encantador y defensor de causas mediáticas. Todo indica que la sensación de corrupción no es menor ni antojadiza, nadie quiere aparecer vinculado al leproso Hermosilla y algunos en el palacio sufren de amnesia selectiva. El presidente Boric ha declarado y confirmado su juicio sobre el “todopoderoso” Hermosilla, olvidando su posición, recato y mandato constitucional. Es que nadie quiere aparecer vinculado ni perderse la posibilidad de ser parte del pelotón de fusilamiento mediático, menos si durante su trayectoria de dirigente estudiantil las funas fueron parte de su capital político.
El país presencia una moral distraída de manera transversal no sólo en la fronda y en los pasillos del poder. Hermosilla es la punta del iceberg de una sociedad que ya ha normalizado la trampa, “el pituto” y ciertos mecenas de los sin méritos, esos que recurren a las redes familiares y políticas para ascender social y económicamente. ¿Qué hay en el iceberg nacional? A simple vista, más de un pecado capital circulando con soberbia, avaricia y pereza en la elite y en otros rincones. Una elite que perdió hace rato el bajo perfil y prefiere ostentar los lujos, su acceso a lo suntuario y sus marcas de status. Es un grupo de interés que se encuentra a la deriva en su propia descomposición. Más del algún osado intelectual dirá que la culpa es del modelo, omitiendo el sinnúmero de ejemplos en los cuales las elites se acomodan bajo el socialismo o el capitalismo; otros irán más allá y culparán nuevamente a la constitución mediante presión social.
Chile, padece distintas crisis sociales e institucionales, con poderosos que pululan por los pasillos del poder, clubes sociales y otros rincones con desidia; una minoría que está por sobre todo y todos, un actuar que abona el resentimiento que algunos quieren instalar a cualquier precio: la existencia de una justicia para los pobres y otra para los ricos o influyentes. Es de esperar que las autoridades investiguen y sancionen oportuna y rotundamente; que se realicen todas las reformas y ajustes en las normas corporativas y legales, sin salvatajes de nadie, ni siquiera por razones de Estado ni pactos políticos. El cuerpo social no resiste más injertos ni tratamientos paliativos. No puede mandar el más fuerte ni el más influyente, ante la ley somos todos iguales. Lo llamativo es que nadie marcha ni protesta por la corrupción, el tráfico de influencias, el mal uso de recursos públicos en municipios, fundaciones frenteamplistas y otras negligencias en distintos ámbitos del gobierno y el parlamento. Por ahora, en la silla de los acusados se encuentran Hermosilla y compañía. Esto recién comienza, los justos tienen que encarcelar a los pecadores.