El atriarcado: el evangelio según Fernando

Rodrigo Ojeda.

¿Quién es Fernando Atria? Más allá de sus pergaminos académicos y de sus publicaciones en temas jurídicos y sociales, es un personaje mediático en la prensa, medios de comunicación y en lo reciente. Un pastor de almas y de conciencias sociales, poseedor de una doctrina evangelizadora y de un rebaño; el cual habita en las fértiles llanuras del patio de la escuela de Derecho de la tradicional Universidad de Chile. Al parecer necesita de “los muchachos del patio” sedientos de un guía espiritual y conceptual, en esa eterna batalla en contra del modelo y la Constitución “tramposa”, la de los cuatro generales, la que resiste los distintos embates y proyectos constituyentes. Recientemente, Renato Garin, publicó un nuevo libro en el cual revisa y detalla el entramado de las redes del poder en su alma mater y frondoso patio que reúne atemporalmente a grupos de interés y de influencia capitalina. El autor se sumerge en la Historia de Chile del siglo XX, con especial atención en últimos años, y en el evangelio de Atria.

El atriarcado es la autodenominación en redes sociales del jurista ante su feligresía, lugar desde el cual comenta de todo (casa-estudio), ya que es en su sector una voz autorizada. Atria, en la otra cara de la moneda, es de alguna forma la piñata que varios desean golpear simbólicamente (Renato sabe de piñatas), en especial, durante la espiral constituyente, a la cual fuimos arrastrados por el fuego y las piedras en las calles. Esa presión social del octubrismo que derivó en el pacto político de noviembre de 2019. Es precisamente durante el estallido y el pacto, que Atria estuvo omnipresente en las redes y en los medios. Un pastor rodeado de luces, cámaras y micrófonos, en vivo y en remoto, que nos recordó todos los males de la “constitución tramposa” y del modelo económico, a su vez, nos mostró el camino de la salvación y la posibilidad real de salvación del pueblo oprimido.

Renato, en su versión republicana (preocupado por el destino del país y sus instituciones) es un testigo privilegiado de los últimos años, apoya su interpretación en fuentes, y conoce de cerca las redes políticas, las cocinas (la toma de decisiones en espacios no tradicionales) y las bambalinas del poder; sumado a su condición de exdiputado y exconstituyente, presenció y padeció los años tormentosos. Chile sufrió un estallido-asonada, un pacto constituyente, una pandemia y dos proyectos constitucionales rechazados. Es en este contexto, que el autor del libro entrega información y alerta sobre el atriarcado. Ese líder intelectual de la generación gobernante y del Frente Amplio (FA), lugar al que llegó y se posicionó con ropajes socialistas, de corte antineoliberal y denunciante de las “consecuencias malignas” asociadas al individualismo, esos males que son vistos desde su vanguardismo como pecados que se deben combatir en favor de los oprimidos. Atria encontró en el FA el valle perfecto para llevar a cabo su rol de pastor refundacional (heredero de la teología de la liberación) sin dejar de llevar agua a su propio molino, con un lenguaje en el cual funde lo político y lo teológico.

Las propuestas de Atria se anidaron en trabajos académicos (cambiar la constitución, ampliar el gasto público, críticas al modelo) encontrando el combustible perfecto en ese octubre de 2019, crisis en la cual sectores de la izquierda estuvieron dispuestos a instrumentalizarla, pasando de un estallido (reventón social multicausal) a una revuelta (objetivos políticos con presión social). Es decir, el fuego, la primera línea, las calles y las piedras fueron el momento preciso para que este líder de opinión tomara las riendas mostrando la salida del laberinto capitalista. Atria con sus alas prometió a sus seguidores y secuaces salir del encierro, una versión moderna del vuelo de Ícaro, paradojalmente las alas de Fernando Atria se quemaron en el proceso constituyente.

Desde su enfoque, los fuegos de octubre permitieron el proceso constituyente, un proceso cargado de culpa y el “no lo vimos venir”. Una etapa en la cual su figura de experto constitucional (la llave celestial) lo posicionó en un lugar privilegiado. De alguna forma, Atria y su séquito celebraron (al menos con omisiones) la destrucción de las ciudades y el desprecio por el pasado (los treinta años y más), reflejado en la defensa de la primera línea y posterior “amnistía” de los oprimidos. Lo destruido quedó justificado en la crisis política (estábamos “jodidos” según Atria) que no fue resuelta oportunamente, según el atriarcado. Al interior de la primera constituyente, el experto asumió distintas banderas de lucha, tales como, el ambientalismo, indigenismo y feminismo, con sus extensos petitorios de identidades infinitas que se sitúan entre lo racional e irracional, es decir, lo subjetivo, lo unilateral y lo particularista, totalmente alejado de “la casa de todos” y de las urgencias sociales, pero el que grita más se impone, una característica muy propia del FA y sus voceros vociferantes.

Atria, el ideólogo del FA y de la primera constituyente recibió un portazo popular expresado en las urnas. Sus propuestas y sus análisis fueron rechazados por los ciudadanos, un rechazo “apabullante” y una derrota para el atriarcado. Lamentablemente Atria y sus seguidores, siguen creyendo que perdieron por culpa de la desinformación, malentendidos y el poder invisible de los poderosos de siempre. La vanguardia de Atria y sus discípulos se encuentra en reposo y receso, siguen creyendo en la necesidad de cambiar el modelo por las buenas o por las malas y refundar el país. Lo que ellos llaman estallido ya mostró un camino y logró la rendición de la clase política, por suerte, el despilfarro constitucional nos salvó del experimento radical. El gran problema de los intelectuales militantes, al estilo Atria, no son sus conceptos ni convicciones, sino esa soberbia conceptual de seres iluminados que culpan al empedrado cuando chocan con la realidad, o ningunean la capacidad del electorado; olvidan que la inteligencia es la capacidad de explicar con facilidad. El octubrismo se encuentra en receso, el sueño refundacional del pastor Atria sigue vigente en el gobierno frenteamplista y en el patio del poder. Ya no es sensato el “no lo vimos venir”.

Rodrigo Ojeda – Profesor de Historia y Ciencias Sociales.

Autor de la Columna

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