Con los niños NO

Pocas verdades merecen ser absolutas y resguardadas hasta el infinito, los niños en su totalidad son sagrados, su indefensión (vulnerabilidad) es única en la crianza y desarrollo de la niñez. Las vulneraciones merecen todas las penas del infierno y condenas de la justicia. No hay justificación alguna cuando sus consciencias, cuerpos y esferas son invadidas y abusadas. Son marcas indelebles que requieren de acompañamiento oportuno y profesional. Para que los niños sean el futuro debemos cuidarlos ahora de otros adultos. Cuesta mantener la racionalidad, sensatez y la prudencia ante noticias y hechos en los cuales, la inocencia es quebrantada por pulsiones, vulneraciones y delitos deleznables. No cuidarlos en todos tus espacios y esferas es un riesgo deshumanizante. En paralelo, la justicia debe ser y parecer justa, oportuna, ejemplificadora e imparcial frente a las denuncias y las víctimas.

Las cifras de los abusos son elocuentes y alarmantes tras la pandemia. Es de conocimiento público que ocurren mayormente en el hogar por familiares o cercanos; fallan los filtros, cuidados y confianzas. Lo peor, es que muchas de las víctimas son silenciadas y cuestionadas ante pactos, omisiones e injusticias, a pesar que sabemos que el relato del niño es suficiente, ese eco que no puede ni debe ser silenciado por nadie. Desde ese relato comienzan procesos en paralelo, el judicial por un lado y el de la reparación, esa que abraza y acompaña una herida que es imborrable, una mochila pesada en una espalda pequeña y frágil. Con la niñez no son suficientes los lugares comunes ni las frases grandilocuentes de las autoridades.

El caso Macaya ocupa las portadas, nos recuerda que si un niño calla, la sociedad falla y que después no tiene mayor sentido citar convenciones internacionales ni leyes. La justicia ha determinado culpabilidad y sentencia en el caso mencionado. Es una verdad indesmentible que el abuso de un menor es un delito grave y un atentado a la niñez sin excusas ni atenuantes de ningún tipo; la otra cara de la moneda, es la víctima, la cual requiere de contención y reparación, porque de alguna forma todos hemos fallado en su cuidado y el “caiga quien caiga” no debe considerar apellidos, militancias ni privilegios. La cárcel y la consciencia se encargarán de lo demás. No hay forma alguna de sopesar ni comparar los dolores y secuelas entre víctimas y victimarios de abusos sexuales; nadie está obligado a perdonar, ya que es un ejercicio individual y silencioso, distante de cualquier fallo judicial y racional.

El sentir humano no es uniforme, de seguro la condena no es suficiente ni calma la rabia ante el daño cometido en este caso ni en otros, tampoco merece cuestionamiento la sensación de injusticia en el entorno de la víctima ni menos sostener livianamente que “el tiempo cura todo”. Una renuncia pública no borra la torpeza e irresponsabilidad de quien detenta un cargo legislativo relevante, un representante en el cual hemos delegado una función clave para el destino nacional; pero, buscar algún redito político o “sacar provecho” de lo noticioso es miserable y no necesariamente una conducta en favor de la justicia y cuidado de las víctimas, de quienes se jactan de una moral distinta y de representar colectivos que se agrupan y marchan selectivamente, cuando el acusado no es uno de los suyos (ese feminismo vociferante). El llamado es uno solo, a empatizar con las víctimas y que las políticas públicas no estén sujetas al gobierno de turno. Los abusos infantiles ocurren, se ocultan, otros favorablemente se denuncian y sancionan. Hoy, contamos con una actualización crucial ante esta tragedia, los delitos son imprescriptibles y la denuncia es el primer paso de un largo proceso de justicia y reparación.

Más allá del caso Macaya, hay algo que se calla en la franja suroeste, pero sucede. No hay que olvidar que los abusos no se dan solamente en la esfera privada (cuerpo), también ocurren en las conciencias de los niños, en instancias en las cuales quedan expuestos a temas y preguntas desde una riesgosa mirada única, bajo la excusa de una ya mal entendida “educación sexual” impartida por “especialistas”, que irresponsablemente llevan agua a su molino, sin el consentimiento de los padres ni la evidencia suficiente para abordar todas las temáticas relacionadas con la afectividad y sexualidad, según las edades, factores de riesgo y contextos escolares. Charlas y cuestionarios que ya se repiten en distintas zonas del país, con la excusa de capacitar sobre el cuidado del cuerpo y un “lenguaje inclusivo” en las salas de clases, que nos vienen a liberar de todos los males. Expertos que se saltan y omiten “el consentimiento de los padres” y el detalle necesario en las escuelas sobre los temas a tratar y la bajada mediante pautas y cuestionarios. La reincidencia de este hecho no es menor, sin el consentimiento de los responsables directos (familias) y legales se está cometiendo otro tipo de abuso y exponiendo a los niños a situaciones en las cuales quedan indefensos. Con la inocencia de los niños no se juega ni experimenta. Las sanciones administrativas no son suficientes.

Hoy, se sigue experimentando con los niños desde recetas médicas ante problemas en la esfera sexual que no son uniformes ni unicausales. La corporalidad de la niñez, su emocionalidad y la esencia humana navegan “en la oscuridad” durante etapas de cambios en el crecimiento y desarrollo no solamente físico; cambios que merecen ser vistos, comprendidos y analizados con todas las cartas sobre la mesa, no es suficiente ni justo el abordaje desde una agenda ideológica ni una respuesta desde la “batalla cultural”, ambas posturas minimizan e invisibilizan el sufrimiento humano en sus aspectos materiales e inmateriales, es un verdadero “drama humano” de la infancia que queda reducido a cifras y debates conceptuales. Con el riesgo evidente de excluir la evidencia científica ante temáticas que no son dicotómicas ni blanco o negro. La ciencia nos está alertando sobre los riesgos de experimentar con los niños y que no llevar el agua al molino ideológico es necesario y hasta prudente ante la nueva evidencia de investigaciones que incomodan a las “posturas oficiales”. En lenguaje simple, ante la duda es mejor abstenerse y no seguir experimentando con tratamientos ni con el sufrimiento humano. El “problema trans” en la infancia requiere de posturas apoyadas en la evidencia y la prudencia de “no saberlo todo”. “Ojalá que el aporte de Cass y su equipo sea una primera campanada de alerta llamando a la cordura”. Los niños y sus esferas están en riesgo y expuestos como nunca antes, no los podemos dejar solos.

Rodrigo Ojeda – Profesor de Historia y Ciencias Sociales

Autor de la Columna

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