El relato de la Meritocracia Neoliberal, como el gran justificativo de la desigualdad de jerarquías de poder, ya está agotado, y no está cumpliendo su rol como “poder eficiente”, este desprestigio severo, y los constantes ataques a su base fundamental ideológica, sostenido por sus rivales en cuanto a promotores de relatos distintos, que puedo distinguir y catalogar como; “Marxismo Cultural”, “Igualitarismo Radical”, “Anarquismo Posmoderno” y “Jerarquías basadas en un Orden Conservador Metafísico” que en está columna iré describiendo. Al final, esbozaré mi propuesta de un nuevo relato que justifique un poder eficiente, el cual enfatice la flexibilidad en las jerarquías de poder y diversidad diferente en cuanto a las relaciones inter-subjetivas.
Contexto
Ante la crisis de la meritocracia, ¿debemos los liberales crear otro relato que, cual Atlas, sostenga todo el peso del poder sobre sus hombros? Sin duda, ésta es la discusión ideológica más importante de esta última década: el poder o, quizás para ser más específicos, el relato que sostiene socialmente aceptadas las disparidades insalvables que generan las relaciones de poder.
Si queremos partir de lo simple y luego llegar a lo complejo, podemos dividir políticamente a los ciudadanos en derecha e izquierda; esta división simplificada, dejaría a los primeros como promotores de una jerarquía basada en un supuesto orden natural, quienes buscarían defender el “poder eficiente”, mientras que la izquierda buscaría abolir esas jerarquías en pos de la igualdad.
Sin embargo, nada es tan simple como a las visiones dualistas y maniqueas les gusta representar al mundo, esto es, entre buenos y malos.
Hay diversos modelos sustentados en diferentes relatos, siendo el más exitoso a nivel global como nacional el de la “meritocracia neoliberal”, discurso que fue hegemónico entre los años 1990 y 2008.
Luego de la rápida descomposición del bipartidismo socialdemócrata y neoconservador en esta última década, el discurso anteriormente mencionado se agotó, siendo los grupos más radicales quienes han tomado la delantera, y justamente lo hicieron planteando diferentes tesis sobre la crisis de legitimidad del poder.
Entre estos grupos se encuentra el progresismo radical, que nace de movimientos indignados contra el sistema en 2011 y se manifiesta en el movimiento estudiantil chileno, Occupy Wall Street en USA, Podemos en España, la Francia Insumisa, entre otros grupos de las democracias occidentales.
Los relatos provenientes de la Izquierda
Siguiendo con lo anterior, uno puede notar en la izquierda tres discursos sobre el Poder:
1.- El “Marxismo Cultural”, que tiende a ser más bien marginal, cundir entre grupos más fanatizados y sobre todo servir como material para “monos de paja” a los derechistas, al aunar todos sus miedos en un solo enemigo. Según esta tesis, habría una bio-politización del materialismo dialéctico, y a través de la política de identidad, distintos colectivos se identificarían con el oprimido, generando un conflicto con otros bio-grupos identificados con el opresor. Y, al igual que con el Marxismo Clásico, que postula que para alcanzar el “verdadero comunismo”, habría que pasar por una etapa llamada “Dictadura del Proletariado”. Acá estas teorías interseccionales requerirían de una reparación histórica, las cuales servirían como síntesis a los poderes históricos de las superestructuras —como podría ser el patriarcado o la heteronorma— para poder compensar los abusos, y alcanzar ahí una sociedad sin jerarquías de poder o, al menos, más diluidas que las actuales jerarquías de poder del actual orden.
2.- La Visión Igualitaria, a la que distingo como hegemónica entre el progresismo radical, sino incluso, la candidata a ser el discurso hegemónico de la década. Al igual como la socialdemocracia terminó por desechar la vía armada, la guerra de clases y la dictadura del proletariado del Marxismo, este igualitarismo utilizaría las herramientas de la política de identidad, pero con el fin de alcanzar directamente una igualdad de trato, sin necesidad de compensaciones que hieran la igualdad formal en pos de reivindicaciones identitarias. Acá el ideal habermasiano de democracia radical, procedimiento y diálogo, sería el que terminaría por ir disminuyendo, en la práctica, las desigualdades formales e informales.
La búsqueda obsesiva de la igualdad de este grupo está presente desde liberales igualitarios que ponen énfasis en la igualdad de trato, como en grupos más socialistas democráticos, quienes ponen más énfasis en las igualdades materiales, siempre y cuando éstas vayan en concordancia con disminuir las diferencias en el ejercicio del poder en todos los vínculos humanos posibles, dicho de otra forma, subir al que está abajo, bajar al que está arriba, horizontalizar lo más que se pueda, incluso si esto atenta contra la eficiencia del poder, ya que la igualdad está primero para los que aceptan este relato.
3- El Anarquismo Posmoderno, que busca abolir toda relación de poder, las teorías críticas, y la deconstrucción — que también es uno de los monos de paja preferidos por las derechas más sofisticadas. Plantean atacar la relación de poder en sí misma, más que poner énfasis en quienes detentan o carecen de este poder. Su idea sería hacer desaparecer gradualmente todo vínculo que implique jerarquía, y eso incluye también a las mismas identidades, que al estar asociadas históricamente a desigualdades de poder, quienes adscriben a este relato justificatorio promueven identidades más líquidas y fluidas. Por ejemplo, una parte de las teorías queer entrarían en este grupo, que también es más bien minoritario dentro de la misma izquierda.
Los relatos provenientes de la derecha
Por otro lado, frente a estas teorías se posicionan una cuarta y quinta teoría, que estarían clasificadas dentro de la derecha, en cuanto se alinean en mantener un poder eficiente, aunque hay distinciones en la naturaleza de ambas:
4.- El Orden Conservador Metafísico. Quienes adscriben a este relato que sustenta desde reaccionarios eurasianistas hasta paleo-libertarios, pasando sin duda por la fuerte ola neo-reaccionaria de la derecha alternativa y la alt-lite, son refritos del relato conservador histórico, pero readaptado al siglo XXI.
Un promotor influyente de este último tiempo sería Jordan B. Peterson, quien promueve la eficiencia de las jerarquías basadas en un Orden Natural. En su caso, este orden es biológico-evolucionista, pero hay otros pensadores que sustentan estas jerarquías patriarcales y normadas, en argumentos metafísicos de línea tomista, mientras que otros en idealismos platónicos o algún otro tipo de misticismo. Este relato es la repuesta más popular en la derecha, como justificativo filosófico en reacción al igualitarismo de la izquierda.
No obstante, lo anterior no termina de cuajar bien, ya que sus justificativos son de naturalezas muy disímiles — incluso contrapuestas entre sí —, por lo que sirven sólo como arma de crítica, pero sin la fuerza justificativa de crear un relato propio que logre seducir a la sociedad en su conjunto, de manera de aceptar su forma de justificar las desigualdades de poder. Por esto, sería casi imposible que estuvieran estas desigualdades socialmente aceptadas por todos, con la finalidad que en la práctica el poder pueda ser eficiente en su ejercicio para asegurar la paz social, condición necesaria para la prosperidad.
5.- La Meritocracia Neoliberal. El quinto relato, que sí logró en parte de este siglo ser globalmente aceptado — luego de la caída del muro y antes de la crisis economía subprime —, fue el relato dado en El fin de la historia por las democracias liberales en conjunto con el libre mercado. Este relato asumía una igualdad de oportunidades, y las diferencias de estatus, dinero y poder, se justificaban en base a dos condiciones: la diferencia de talentos, con la cual todos nacíamos, y que, en ejercicio de nuestra libertad relacionándose inter-subjetivamente con otras voluntades, era el esfuerzo individual quien repartía esas condiciones más favorables a mayor ejercicio del poder. Este relato, mientras funcionó, demostró ser brutalmente eficiente, generando las condiciones necesarias para la prosperidad. Pero como relato, sin embargo, lleva varios años envejeciendo mal; las críticas igualitaristas terminaron por socavar el relato y, con ello, la posibilidad de mantener la paz social sustentada en ese relato meritocrático — por tanto, el poder perdió su condición de eficiencia.
Para que la eficiencia sea concretable, debe estar justificada en un relato de poder eficiente, sino pierde también su validez discursiva.
Pero, ¿por qué falló el quinto relato, es decir, el relato meritocrático?
Probablemente, por el exceso de neoliberalismo asociado a este discurso.
Finalmente, “cuanto tienes, cuanto vales” y una mirada a las resoluciones de los problemas sociales con la óptica del Homo oeconomicus por parte de la elite “intelectual” que sustentaba aquel modelo, terminó por generar un descontento con el relato justificativo de la meritocracia como relato hegemónico.
¿Un Sexto Modelo?
Desde el cuerpo moribundo de la meritocracia, parándose sobre sus hombros como si fuera un gran árbol muerto por dentro, podría tornarse en el cobijo perfecto para que otro relato surja desde allí, pero con mayor vitalidad; y, por qué no, quizás aprenda en parte del otro lado, sobre todo de lo vitalista del discurso posmoderno.
Heráclito sostenía que todo fluía, su arjé era el fuego, y más que hablar de (pos)modernidad líquida como decía Bauman, hay que hablar de una (meta)modernidad flexible.
Si promovemos la creencia en que la diversidad de proyectos de vida debe darse en un contexto intersubjetivo de comprensión, empatía y sobre todo flexibilidad, previniendo con esto las asimetrías de poder rígidas, ayudando a todas y cada una de las personas a desarrollar una sana curiosidad (una que invite a la búsqueda y desarrollo de su propia identidad, expresión y forma de establecer vínculos), quizás podamos entregar un nuevo relato que justifique la diferencia intrínseca del poder eficiente.
Si el discurso actualmente hegemónico es el igualitario, liderado por el progresismo radical, que detenta obsesiones con la diferencia de poder, podríamos expresar en forma numéricamente ejemplificada, todos similares a 1,0 tolerarían diferencias de poder jerárquicas menores, como 1,1 > 0,9, 1,3> 0,7, o números no muy diferentes, manteniendo una igualdad rígida, comparable a la rigidez del conservadurismo, que promueve un ordenamiento de los números en jerarquías rígidas de 2,0 > 0,1, sin mayor problema.
Un relato de flexibilidad en las jerarquías de poder, podría incluso sostener con algunas condiciones, relaciones más desiguales aún (3,0 > -1,0) lo que haría al poder más eficiente todavía, de ser necesario — pero las condiciones de flexibilidad son lo que realmente podrían hacer a este relato factible, ser socialmente aceptado y poder generar un orden de paz social y por tanto prosperidad.
La flexibilidad de las relaciones intersubjetivas no sólo tiene que permitir desigualdades en el ejercicio eficiente del poder sino, además, ser tremendamente poco rígidas y ser muy variables, para que a nivel de grandes números sea más probable que todos nos vayamos probando en distintas situaciones de poder, en distintas circunstancias, de formas múltiples.
La otra clave es que el estatus no debe basarse en el poder resultante de la Competencia, sino más bien en la Diferencia. La diferencia se distingue frente a la igualdad, porque genera diversidad.
Sin una competencia obligatoria —justificativa del poder—, ni cooperación obligatoria —ineficacia del poder—, sino que, en vez de eso, con una diversidad de la diferencia, es posible que cada uno persiga sus proyectos de vida, buscando su propia felicidad, sin que sea la persecución de estatus el mayor incentivo a desarrollar sus propios planes de vida.
Si le quitamos parte del estatus al poder se genera un doble beneficio: por una parte se aleja del ejercicio del poder a los que solo buscan en este su estatus asociado — sociópatas y potenciales tiranos—, muchas veces poniendo en riesgo la eficiencia misma del poder, mientras que al mismo tiempo libera a quienes quieren perseguir un proyecto de vida, auto-esclavizándose sólo por la búsqueda de estatus, generando un incentivo perverso a la utilización maliciosa de una institución o de la interacción con otros, solamente con la finalidad de conseguir dicho estatus.
Con esta trivialización de las relaciones de poder, la profundidad y solemnidad no vendría de las relaciones con otros, sino con el poder en relación a nosotros mismos — que llamamos comúnmente libertad. Este poder sí debe ser uno solemne y trascendental, no así esa voluntad dirigida hacia otros — que llamamos generalmente poder.
Dándose ambas condiciones de flexibilidad (falta de rigidez y desacralización del estatus), la gravedad por la diferencia en las relaciones de poder perdería bastante de su peso, pudiendo ser un relato alternativo al igualitario y al de las jerarquías basadas en un orden natural.
Veamos algunos ejemplos prácticos, tanto macro como micro.
En política, un sistema parlamentario tiende a ser mucho más flexible a la hora de cambiar al gobernante; por tanto, ante una crisis política, puede adaptarse con mayor eficiencia a las resoluciones pacíficas a distintas crisis sociales. La destitución de un presidente en un sistema presidencial se percibe similar a un golpe blanco, mientras que el cambio de un primer ministro en un sistema parlamentario, por falta de confianza del mismo parlamento, tiene sus mecanismos de válvulas de escape que manejan mejor las crisis políticas. Veamos un ejemplo más cotidiano y más micro: la comparación de una aventura sexo-afectiva de un cónyuge con una tercera persona en una relación de monogamia exclusiva; lo anterior puede llegar a ser motivo de divorcio y rupturas poco civilizadas en una pareja, es una situación percibida como muy grave, que deja a la pareja engañada con una sensación horrible. Por otro lado, en una relación romántica flexible, cómo puede ser una relación abierta o de amor libre, una aventura externa a la pareja no pasa de lo anecdótico.
Lo mismo que se aplica en un sistema parlamentario o una relación poliamorosa se puede aplicar a los sustentos ontológicos de la evolución por selección natural, la democracia liberal pluripartidista, los checks and balances de separación de poderes que sustentan la democracia, el capitalismo de libre mercado, la no-binariedad de género, lo queer, la pansexualidad o el rol de switch en los intercambios de poder eróticos (BDSM).
Este relato justificativo de las diferencias de poder se puede aplicar a teorías sobre el Estado y la economía, como también a las relaciones vinculares de paternidad, amistad o amor. Y, sobre todo, dice mucho de cómo se puede ver el individuo a sí mismo en relación con todos los demás.
Todos podemos ser súbditos y emperadores, a distintas horas del día, en distintas situaciones, y eso es sólo un juego de rol porque, en realidad, el único poder sustancial es con respecto a nosotros mismos.
Esta sexta forma de poder, la del poder flexible, puede ser una alternativa que, al igual que el relato de las jerarquías rígidas basadas en un orden natural y el relato de las jerarquías basadas en mérito, asegure un poder eficiente. Pero, al mismo tiempo, al igual que los relatos igualitaristas, interseccionales o deconstruccionistas, logra amortiguar el dolor producido por el ejercicio de las diferencias desiguales del poder.
Un nuevo relato justificativo del poder tiene que sostenerse en las vacilaciones al poder mismo, ya que ésta es probablemente la pregunta filosófica más importante de esta última década: ¿qué nos contamos a nosotros mismos para aguantar todo el peso del poder sobre nuestros hombros? Pues que el poder flexible, verdaderamente flexible, no es grave.
Lucas Blaset
Presidente Libres