En 1949 George Orwell nos regala una obra maestra de la literatura y al mismo tiempo una oscura advertencia sobre un futuro posible cuando publica “1984”. Y no es mi intención arruinarles el libro, si pueden leerlo léanlo, y si pueden leerlo en ingles y en su versión original británica, por favor háganlo. Porque este libro nos recuerda algo que casi siempre olvidamos y es El Poder de las Palabras.
En la distopia fascista que nos muestra Orwell el gobierno de “Oceanía” (no el continente) a cargo del IngSoc (abreviación de Socialismo Inglés) y su líder “El Gran Hermano” que siempre estaba observando, tenían un lema “La guerra es paz, la libertad es esclavitud y la ignorancia es fortaleza”. Ese concepto era descrito como “Doble pensamiento”, era lo que mantenía a la población en constante contradicción incapaz de levantarse u oponerse a este Gran Hermano que constantemente los oprimía, también descubrieron que no era necesario inventar nuevas palabras para controlar a la población, es más era benéfico para sus fines de sumisión y control de población, suprimir palabras; de esta forma se perdía riqueza del pensamiento.
Nuestro recientemente fallecido Premio Nacional de Ciencias Humberto Maturana puede ser recordado por sus grandes aportes en biología y por proponer en 1973 el concepto de “Autopoiesis”, pero una frase que se le oía decir a menudo era “El lenguaje construye realidades”. Contenido fundamental en programación neurolingüística y enfoque particularmente relevante en Terapia Conductual Dialéctica (DBT por su sigla en inglés). Es importante señalar que el contexto en el que uno se comunica infiere en las palabras que se utilizan al mismo tiempo que las palabras que uno utiliza, predisponen a la imagen que uno se forma del mundo y de sí mismo.
Cuando hablamos de liberalismo o libertad, es rápidamente asociado a la bohemia cultural, al progresismo político o al capitalismo (en su forma de “neoliberalismo”) económico; al punto que no es infrecuente escuchar esto como “utopía cuica”, “hipismo de derecha” o incluso rápidamente se habla de “Libertades para unos a expensa de opresiones para otros”.
En esto se ven décadas, si no es que más de un siglo de doble pensamiento o lenguaje creando realidades adversas para el liberalismo y la libertad; pero también devela un tremendo error de los liberales a la hora de entrar en la política y las políticas públicas. Olvidar a las clases populares.
Porque finalmente los embajadores y caras visibles del liberalismo son intelectuales, empresarios, capitalistas, bohemios, hippies… en pocas palabras una minoría privilegiada, mientras el marxismo ofrece igualdad lo que permite aferrarse a la promesa de un mañana mejor, el conservadurismo les ofrece un lugar donde refugiarse, ya sea este nación o credo.
¿Qué ofrece el liberalismo? Libertad; ya, pero ¿Qué más? Las otras ideologías ofrecen ser iguales a los opresores, o una serie de normas claras e incuestionables para que nada altere el estatus quo. Con la libertad nadie garantiza igualdad y más encima la norma se vuelve borrosa o cuestionable, haciendo incierto todo lo que antes era seguro. Ya lo decía Sigmund Freud “La mayoría de las personas no desean libertad, porque la libertad involucra responsabilidad y a la mayoría de las personas les aterran las responsabilidades.”
Entonces, ¿Qué puede motivar a alguien hacia el liberalismo? Los liberales históricamente han hablado de las libertades individuales de todas las personas. Pero olvidamos que los individuos necesitan causas mas concretas en las cuales creer y confiar. No causas centradas en la academia, hipótesis, teorías y utopías.
El común de las personas, el pueblo no requiere de utópicos en tiempos de crisis, requiere de concretos y decir “tienen libertad de acción” no necesariamente calma las necesidades, ni alivia el sufrimiento. Asimismo, el común de las personas no necesita a un “erudito” del liberalismo que haga desplante de sus conocimientos y cite autores; la gente esta harta de ser asumida ignorante y poco refugio entregan palabras que pierden relevancia cuando no pueden dar consuelo ni confianza al clamor de la gente.
Es con suma humildad y preocupante angustia que mientras escribo estas palabras, me doy cuenta de que hay cierto nivel de desconexión entre los liberales y ese pueblo al cual quieren ayudar a encontrar esa “libertad” sin caer en populismos ni sacrificar libertades (o vidas humanas) en el nombre de la libertad.
Es necesario salir de la academia, de la zona de confort, de reconectarse con las necesidades de la gente, de salirse de la rivalidad “Estado vs Mercado”, entender que dichas instituciones no son ideales, sólo son instituciones que pueden ser utilizadas en el beneficio o perjuicio de la gente, en generar más libertad o más sumisión.
Pero nunca perder el norte, no es darle gente a la libertad, es darle libertad a la gente. Y no dar libertad porque sea inherentemente buena, es darla, porque en gran parte de la historia, las injusticias nacen de un grupo que se siente con el poder de restringir las libertades. Recordemos de que parte de la naturaleza de las injusticias es que no siempre las podremos reconocer en nuestros tiempos.
La opresión contra minorías, disidencias, etnias, credos, mujeres, creencias, migrantes y pobres, nacen de esferas de poder que coartan la libertad de dichos grupos de surgir.
A veces no poder optar a trabajos, no percibir mismos sueldos, no poder vivir en los mismos barrios, acceder a la misma salud y educación responde más a estándares arbitrarios que a cualquier otra cosa.
Creo que el liberalismo popular es posible en la medida de que los lideres liberales recuperen la sintonía con la gente, desde las necesidades de esta y no desde “venderles la idea de la libertad” y si logran sintonizar con las necesidades de la gente y dar respuestas contingentes a las problemáticas y consecuentes a los principios de libertad, habrán demostrado con acciones y no palabras, ni citas que la cura a aquello que los oprime, no es alternar las formas de opresión, sino que cambiar la opresión y sumisión por libertad.
Ignacio Rodríguez Rückert
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